lunes, 4 de mayo de 2009

Deseos

El despertador sonó furioso, 6 de la mañana, la noche aun cerrada lo invitaba a enredarse en las frazadas.
El termómetro marcaba 40 grados, obviamente estaba roto, por estas latitudes en pleno Julio una temperatura así solo indicaría una cosa, había muerto mientras dormía y estaría despertando en pleno averno.
El maldito reloj no paraba de chillar, puesto adrede a una distancia considerable por él mismo para no caer en las tentaciones del sueño acogedor, silenciarlo le era tan inminente como incomodo.
_¡¡¡¡Desearía que explotara!!!!

El pequeño artefacto, de un rojo plástico resistente, voló por los aires, silenciándose luego del estallido.
Su sobresalto fue tal que saltó de la cama, olvidándose de su somnolencia, y atropellando las ruinas de su vestimenta del día anterior, esparcidas a los pies de su cama.
Una vez en el baño se sentó en el inodoro, para sobreponerse del susto, (¡mierda que julepe me he llevado!) pensó para si mismo, antes de lanzar al aire una enorme carcajada.
Totalmente despabilado, preparó con ganas su desayuno, estaba hambriento, deseoso de calmar su famélico malestar.

¡¡¡¡Uh como se me antoja un desayuno americano completo!!!!
Su sorpresa al entrar al comedor lo dejó pasmado, la mesa estaba cubierta por un opíparo desayuno americano.
Asustado dejo caer su taza de café al piso, mientras se recostaba en la pared tomándose la cabeza.
Algo malo estaba pasando, (¿fantasmas?), precavido se acercó a la mesa, con desconfianza tomó un gran trozo de ananá, y lo olfateo con miedo, incrédulo.
Acto seguido recorrió la casa, cada rincón, armado con un pequeño y ridículo cuchillo.
Nada encontró, volvió al comedor y la mesa continuaba intacta, venciendo el asombro se sentó y comió ávidamente al tiempo que encendía la radio para escuchar el estado del tránsito.
_“KGL 857Am informa el estado del transito: bloqueos en las autopistas 38, 158, 39, y 256, corte por reparaciones en Avenida del buen pasar, y corte en Avenida Benigno Gómez por incendio en edificio del sindicato de obreros de la construcción”
El informe no era alentador, probablemente llegaría tarde y se perdería el presentismo del mes, con desgano acomodo unos papeles en su portafolio, ajusto su corbata y decidió marchar, la mala noticia le había hecho olvidar por completo del misterioso desayuno americano y la explosión del reloj.
El sol tibio, frágil, lo saludo altivo desde un cielo límpido, antes de dirigirse al garaje tomo el periódico de su pórtico, y lo abrió para hojearlo con desgano.
_ “Otra vez perdió Atlanta, nunca vamos a llegar a primera, nunca…”
Su pintoresco Ford se movía lento por las calles, mientras lentamente él volviendo a su estado consiente repasaba lo ocurrido en su casa.
Al retomar por la Avenida del Buen Pasar, se encontró con una cola dantesca de automóviles y sintió una punzada de ardor en el estómago, devenida de la ira.
Frenó abruptamente para evitar colisionar con una enorme camioneta, estaba furioso, la gran ciudad había agotado toda su paciencia, estaba harto de su trabajo, del ruido del transito, de los robos, de las reuniones sociales, solo deseaba estar lejos en una paradisíaca playa con dos hermosas morenas abanicando su rostro y la brisa suave del mar acariciando su pelo.
Apagó su mirada y percibió, el sonido del mar, y a su piel erizada, no podía ser más real, ya no escuchaba los frenéticos claxon, ni los gritos bestiales tan propios como ajenos.
Con algo de temor abrió los ojos, no había sido para nada un día normal, y esta quietud repentina lo asustaba.
Horrorizado observo a una morena bellísima abanicándolo, mientras percibía a su cuerpo hundiéndose suavemente en una finísima arena blanca.
Lanzó un grito de terror, provocando que las bellas morenitas (eran dos tal como en su fantasía) huyeran en estampida.
Se puso de pie, frenético, casi al borde de la desesperación, como un niño ante su temor más infundado.
Frente a sus ojos se extendía el infinito azul del océano, a su espalda una tupida vegetación del verde más profundo.
_ ¡Holaaaaaaaaaaa!, ¡holaaaaaa!, el eco retumbó en miles de recovecos hasta perforarle los oídos.
Nadie, ni las morenas, ni un misero ave asustado por su grito, nadie.
_ ¡”Estás loco José Luis”! esto es una maldita locura.
Desesperado comenzó a caminar bordeando, el océano gritando de tanto en tanto un “hola” cada vez mas desesperanzado. La playa parecía eterna, no podía a simple vista avizorar su fin.
Al cabo de dos horas de caminar y caminar, llego al punto de partida (“¡Cómo demonios se puede caminar en círculo, yendo recto y bordeando el océano”! pensó).
El sol empezaba a palidecer, pronto caería y él no tenía la más mínima idea de cómo o dónde pasar la noche en ese extraño lugar.
Evidentemente había chocado con esa camioneta y estaba en estado de coma o algo así, nada de esto podía ser real, pero la imagen del despertador explotando o del desayuno americano le asaltaron en la mente.
Con desesperación se tumbo en la arena, tomándose la cabeza con sus dos manos, aferrándose frenético a sus maltratados cabellos.
Trato de recordar la última vez que había consumido marihuana, porque decían que “el turco” la estaba mezclando con algo raro, sin embargo no pudo recordarlo, es como si su mente se estuviese borrando paulatinamente, como si una oscuridad avanzase lentamente sobre sus más recientes recuerdos.
Un profundo sueño lo embargo, el lugar parecía seguro, lo tentaba echarse ahí a dormir, después de todo al cabo de casi tres horas, no había visto o escuchado a nada ni a nadie, pensó en las morenas, pero estaba demasiado exhausto para aventurarse en el bosque, lo dejaría para cuando despertase, su cansancio era tal, que agobió cualquier intento de su conciencia por volverlo a la situación real en la que estaba.
Recordó a su madre, su habitación de niño, en ningún otro lugar se había sentido mas a gusto y seguro, deseó profundamente sentirse así otra vez, fue lo último en lo que pensó antes de caer rendido en los brazos de Morfeo.
Durmió mucho, o al menos el embotamiento en su cabeza cuando empezaban a despuntar los primeros rayos de su conciencia así lo indicaban.
Las ruinas del día anterior se acumulaban en su boca, el pastoso paladar y las punzadas en sus rodillas, poco a poco lo fueron desperezando, la suave seda de las sabanas lo acariciaban de tal forma que le era imposible no tentarse con seguir durmiendo un rato más.
_ ¡José Luis dale se te hace tarde y se te enfría la leche!
Era la voz su madre, sobresaltado salto de la cama y cayó de bruces en el medio de la habitación, de su habitación, o al menos de un símil de su cuarto de antaño, cuando, solo contaba con diez años.
Asustado miro las blancas paredes, frente suyo se desplegaba un gigante póster de Gia Joe.
Desesperado buscó un espejo, que lo devolviera su imagen, lo encontró junto a su ventana, era él, su palidez lo asusto un poco, pero indudablemente era él, ojeroso, pálido, irguiéndose en su antiguo cuarto.
Se busco a si mismo a los diez años, sobre la cama, bajo de ella, en el ropero, pero nada su antiguo ser había desaparecido del lugar.
La voz de su madre se acercó peligrosamente hasta la puerta;
_ ¡Dale José Luis dale!

“Esto es una maldita locura, (pensó, casi gimiendo), es una maldita locura, esto no es real”
Cuando la mano de su madre giraba con firmeza el picaporte, se oyó su propia voz (esa que tenía de niño) desde abajo, llamándola.
Un aluvión de alivio lo cubrió, había estado muy cerca, demasiado. Se sentó al borde de la cama, en sus ropas aún había arena de la playa.
Trató de entender de que se trataba todo lo que le estaba pasando, los interrogantes de arrojaban sobre sus ser como Kamicaces destructivos.
Se tendió exhausto en la cama, acababa de despertar, pero solo quería volver a dormir, cerrar sus ojos, y que el día por fin se acabe o empiece donde lo había dejado, trató de recordar el último contexto normal donde había subyacido, pero el ejercicio mental parecía dolerle, torturarlo, era todo muy difuso, cubierto de una niebla asesina.
Era evidente que algo, algo que el no podía explicar, le concedía sus deseos espontáneos, sin importar cual fuese, y lo ponía en una carrera de vértigo, pues algunos de esos deseos no eran totalmente razonados, eran hasta inconscientes, como cuando instintivamente había deseado el cese de las punzadas en sus rodillas, y este desapareció en forma inmediata, o cuando deseo calmar sus nervios, y ahora a pesar de estar en una situación totalmente ilógica, estaba calmo, totalmente calmo.
Pero el quería volver a dormir y que su despertar lo depositase donde había empezado todo, fue así como entro en un profundo sueño, y al cabo de un instante estaba otra vez en su auto, frente a el seguía la enorme camioneta, y los claxon y los gritos también estaban ahí.
Sonrió con alivio, y una veta de luz empezó a adueñarse de su mente, en realidad no era fatídico, su situación lejos de ser problemática, bien podía ser tomada en cuenta como una bendición. Claro que primero debía despejar una duda, ¿estaba completamente en sus cabales?
_Yo no estoy, loco, es tan solo una bendición, (se auto convenció), y una sonrisa le surco el rostro.
Con gran tranquilidad miro la enorme cola de autos, observó de reojo su reloj, y totalmente dueño de su mente dijo con los labios entrecerrados:
_Deseo que el embotellamiento desaparezca.
La palabra deseo era solo una muletilla inútil, pero le sonaba agradable, y cuando aun se desprendía de su boca, se abrió ante él la cola de automóviles, el transito alcanzo una milagrosa fluidez.
Al cabo de un instante se hallaba en su oficina sin siquiera haber sufrido un retraso, pues la agujas del reloj estáticas lo esperaron hasta su entrada al edificio.
La oficina olía a café de máquina, sus compañeras las que habitualmente lo ignoraban, lo miraron con un extraño interés, él se sonrió para sus adentros con gran regocijo.
Se sentó en su box, sin necesidad siquiera de encenderlo, su ordenador comenzó a imprimir todas las tareas que había previsto hacer en la fecha, y al cabo de 20 minutos se paro frente a la ventana del edificio, contemplando la gran urbe gris, mientras una sonrisa longísima se dibujaba en su rostro.