lunes, 4 de mayo de 2009

Deseos

El despertador sonó furioso, 6 de la mañana, la noche aun cerrada lo invitaba a enredarse en las frazadas.
El termómetro marcaba 40 grados, obviamente estaba roto, por estas latitudes en pleno Julio una temperatura así solo indicaría una cosa, había muerto mientras dormía y estaría despertando en pleno averno.
El maldito reloj no paraba de chillar, puesto adrede a una distancia considerable por él mismo para no caer en las tentaciones del sueño acogedor, silenciarlo le era tan inminente como incomodo.
_¡¡¡¡Desearía que explotara!!!!

El pequeño artefacto, de un rojo plástico resistente, voló por los aires, silenciándose luego del estallido.
Su sobresalto fue tal que saltó de la cama, olvidándose de su somnolencia, y atropellando las ruinas de su vestimenta del día anterior, esparcidas a los pies de su cama.
Una vez en el baño se sentó en el inodoro, para sobreponerse del susto, (¡mierda que julepe me he llevado!) pensó para si mismo, antes de lanzar al aire una enorme carcajada.
Totalmente despabilado, preparó con ganas su desayuno, estaba hambriento, deseoso de calmar su famélico malestar.

¡¡¡¡Uh como se me antoja un desayuno americano completo!!!!
Su sorpresa al entrar al comedor lo dejó pasmado, la mesa estaba cubierta por un opíparo desayuno americano.
Asustado dejo caer su taza de café al piso, mientras se recostaba en la pared tomándose la cabeza.
Algo malo estaba pasando, (¿fantasmas?), precavido se acercó a la mesa, con desconfianza tomó un gran trozo de ananá, y lo olfateo con miedo, incrédulo.
Acto seguido recorrió la casa, cada rincón, armado con un pequeño y ridículo cuchillo.
Nada encontró, volvió al comedor y la mesa continuaba intacta, venciendo el asombro se sentó y comió ávidamente al tiempo que encendía la radio para escuchar el estado del tránsito.
_“KGL 857Am informa el estado del transito: bloqueos en las autopistas 38, 158, 39, y 256, corte por reparaciones en Avenida del buen pasar, y corte en Avenida Benigno Gómez por incendio en edificio del sindicato de obreros de la construcción”
El informe no era alentador, probablemente llegaría tarde y se perdería el presentismo del mes, con desgano acomodo unos papeles en su portafolio, ajusto su corbata y decidió marchar, la mala noticia le había hecho olvidar por completo del misterioso desayuno americano y la explosión del reloj.
El sol tibio, frágil, lo saludo altivo desde un cielo límpido, antes de dirigirse al garaje tomo el periódico de su pórtico, y lo abrió para hojearlo con desgano.
_ “Otra vez perdió Atlanta, nunca vamos a llegar a primera, nunca…”
Su pintoresco Ford se movía lento por las calles, mientras lentamente él volviendo a su estado consiente repasaba lo ocurrido en su casa.
Al retomar por la Avenida del Buen Pasar, se encontró con una cola dantesca de automóviles y sintió una punzada de ardor en el estómago, devenida de la ira.
Frenó abruptamente para evitar colisionar con una enorme camioneta, estaba furioso, la gran ciudad había agotado toda su paciencia, estaba harto de su trabajo, del ruido del transito, de los robos, de las reuniones sociales, solo deseaba estar lejos en una paradisíaca playa con dos hermosas morenas abanicando su rostro y la brisa suave del mar acariciando su pelo.
Apagó su mirada y percibió, el sonido del mar, y a su piel erizada, no podía ser más real, ya no escuchaba los frenéticos claxon, ni los gritos bestiales tan propios como ajenos.
Con algo de temor abrió los ojos, no había sido para nada un día normal, y esta quietud repentina lo asustaba.
Horrorizado observo a una morena bellísima abanicándolo, mientras percibía a su cuerpo hundiéndose suavemente en una finísima arena blanca.
Lanzó un grito de terror, provocando que las bellas morenitas (eran dos tal como en su fantasía) huyeran en estampida.
Se puso de pie, frenético, casi al borde de la desesperación, como un niño ante su temor más infundado.
Frente a sus ojos se extendía el infinito azul del océano, a su espalda una tupida vegetación del verde más profundo.
_ ¡Holaaaaaaaaaaa!, ¡holaaaaaa!, el eco retumbó en miles de recovecos hasta perforarle los oídos.
Nadie, ni las morenas, ni un misero ave asustado por su grito, nadie.
_ ¡”Estás loco José Luis”! esto es una maldita locura.
Desesperado comenzó a caminar bordeando, el océano gritando de tanto en tanto un “hola” cada vez mas desesperanzado. La playa parecía eterna, no podía a simple vista avizorar su fin.
Al cabo de dos horas de caminar y caminar, llego al punto de partida (“¡Cómo demonios se puede caminar en círculo, yendo recto y bordeando el océano”! pensó).
El sol empezaba a palidecer, pronto caería y él no tenía la más mínima idea de cómo o dónde pasar la noche en ese extraño lugar.
Evidentemente había chocado con esa camioneta y estaba en estado de coma o algo así, nada de esto podía ser real, pero la imagen del despertador explotando o del desayuno americano le asaltaron en la mente.
Con desesperación se tumbo en la arena, tomándose la cabeza con sus dos manos, aferrándose frenético a sus maltratados cabellos.
Trato de recordar la última vez que había consumido marihuana, porque decían que “el turco” la estaba mezclando con algo raro, sin embargo no pudo recordarlo, es como si su mente se estuviese borrando paulatinamente, como si una oscuridad avanzase lentamente sobre sus más recientes recuerdos.
Un profundo sueño lo embargo, el lugar parecía seguro, lo tentaba echarse ahí a dormir, después de todo al cabo de casi tres horas, no había visto o escuchado a nada ni a nadie, pensó en las morenas, pero estaba demasiado exhausto para aventurarse en el bosque, lo dejaría para cuando despertase, su cansancio era tal, que agobió cualquier intento de su conciencia por volverlo a la situación real en la que estaba.
Recordó a su madre, su habitación de niño, en ningún otro lugar se había sentido mas a gusto y seguro, deseó profundamente sentirse así otra vez, fue lo último en lo que pensó antes de caer rendido en los brazos de Morfeo.
Durmió mucho, o al menos el embotamiento en su cabeza cuando empezaban a despuntar los primeros rayos de su conciencia así lo indicaban.
Las ruinas del día anterior se acumulaban en su boca, el pastoso paladar y las punzadas en sus rodillas, poco a poco lo fueron desperezando, la suave seda de las sabanas lo acariciaban de tal forma que le era imposible no tentarse con seguir durmiendo un rato más.
_ ¡José Luis dale se te hace tarde y se te enfría la leche!
Era la voz su madre, sobresaltado salto de la cama y cayó de bruces en el medio de la habitación, de su habitación, o al menos de un símil de su cuarto de antaño, cuando, solo contaba con diez años.
Asustado miro las blancas paredes, frente suyo se desplegaba un gigante póster de Gia Joe.
Desesperado buscó un espejo, que lo devolviera su imagen, lo encontró junto a su ventana, era él, su palidez lo asusto un poco, pero indudablemente era él, ojeroso, pálido, irguiéndose en su antiguo cuarto.
Se busco a si mismo a los diez años, sobre la cama, bajo de ella, en el ropero, pero nada su antiguo ser había desaparecido del lugar.
La voz de su madre se acercó peligrosamente hasta la puerta;
_ ¡Dale José Luis dale!

“Esto es una maldita locura, (pensó, casi gimiendo), es una maldita locura, esto no es real”
Cuando la mano de su madre giraba con firmeza el picaporte, se oyó su propia voz (esa que tenía de niño) desde abajo, llamándola.
Un aluvión de alivio lo cubrió, había estado muy cerca, demasiado. Se sentó al borde de la cama, en sus ropas aún había arena de la playa.
Trató de entender de que se trataba todo lo que le estaba pasando, los interrogantes de arrojaban sobre sus ser como Kamicaces destructivos.
Se tendió exhausto en la cama, acababa de despertar, pero solo quería volver a dormir, cerrar sus ojos, y que el día por fin se acabe o empiece donde lo había dejado, trató de recordar el último contexto normal donde había subyacido, pero el ejercicio mental parecía dolerle, torturarlo, era todo muy difuso, cubierto de una niebla asesina.
Era evidente que algo, algo que el no podía explicar, le concedía sus deseos espontáneos, sin importar cual fuese, y lo ponía en una carrera de vértigo, pues algunos de esos deseos no eran totalmente razonados, eran hasta inconscientes, como cuando instintivamente había deseado el cese de las punzadas en sus rodillas, y este desapareció en forma inmediata, o cuando deseo calmar sus nervios, y ahora a pesar de estar en una situación totalmente ilógica, estaba calmo, totalmente calmo.
Pero el quería volver a dormir y que su despertar lo depositase donde había empezado todo, fue así como entro en un profundo sueño, y al cabo de un instante estaba otra vez en su auto, frente a el seguía la enorme camioneta, y los claxon y los gritos también estaban ahí.
Sonrió con alivio, y una veta de luz empezó a adueñarse de su mente, en realidad no era fatídico, su situación lejos de ser problemática, bien podía ser tomada en cuenta como una bendición. Claro que primero debía despejar una duda, ¿estaba completamente en sus cabales?
_Yo no estoy, loco, es tan solo una bendición, (se auto convenció), y una sonrisa le surco el rostro.
Con gran tranquilidad miro la enorme cola de autos, observó de reojo su reloj, y totalmente dueño de su mente dijo con los labios entrecerrados:
_Deseo que el embotellamiento desaparezca.
La palabra deseo era solo una muletilla inútil, pero le sonaba agradable, y cuando aun se desprendía de su boca, se abrió ante él la cola de automóviles, el transito alcanzo una milagrosa fluidez.
Al cabo de un instante se hallaba en su oficina sin siquiera haber sufrido un retraso, pues la agujas del reloj estáticas lo esperaron hasta su entrada al edificio.
La oficina olía a café de máquina, sus compañeras las que habitualmente lo ignoraban, lo miraron con un extraño interés, él se sonrió para sus adentros con gran regocijo.
Se sentó en su box, sin necesidad siquiera de encenderlo, su ordenador comenzó a imprimir todas las tareas que había previsto hacer en la fecha, y al cabo de 20 minutos se paro frente a la ventana del edificio, contemplando la gran urbe gris, mientras una sonrisa longísima se dibujaba en su rostro.

domingo, 29 de marzo de 2009

Es

Es crudo, agudo, profundo, es tan alejado del sol,
Infame sentido de pertenecer obviando al dolor,
Escalar tantos cerros, a oscuras, palpando desesperación,
Imágenes borrosas suspiros anémicos de color.

Desidia, abulia, opípara indolencia,
La luz que se apaga, en lejanas miradas de compasión,
Trastes de un mundo, la crudeza de las almas sepias,
Y la ausencia de tu Dios.

Y más allá, lejos de los horizontes dorados,
En sueños hecho a medidas de un señor,
Pero propiedad de un pobre mendigo,
Se enciende la llama de la reverberación.

Es esa voz, otra vez esa voz,
Otra vez, otra vez, acorrala todo,
Es esa voz otra vez, esa voz,
Lo destruye todo, todo.

Panfletos de felicidad ilusoria,
Y es otra vez esa voz,
Que acorrala y destruye todo.

sábado, 28 de febrero de 2009

Coma.

Sujeto en manos amargas, paredes tan blancas, veo el sol a través de una sucia ventana.
Sogas que crueles retienen mi cuerpo, la droga que me seda, que me deja absorto en un mundo irreal.
Todo es silencio, las palabras sobran. Los sonidos se vuelven inútiles a mis oídos gastados.
La rutina siempre es la misma, otra vez ese enfermero golpeándome el rostro en busca de una reacción.
Lo único que se mantiene intacto es ese olor a flores, que quema mi espíritu, todo se parece a un maldito cementerio y mi voz seca, sin fuerzas, que se niega a salir.
De tanto en tanto oigo un llanto lejano que sacude mi mente. ¿Y Dios?
Las noches se mezclan con los días. Y solo el tenue calor de los rayos de sol, cuando es muy fuerte, me permiten distinguir en qué parte del día estoy.
Navego en sueños, sórdidos, amargos, duros, dulces, suaves y después otra vez el vacío, mi mente supura miedos, dolor, desesperación, tranquilidad, y deseos profundos de morir.
Mi cuerpo tiembla, otra vez la fiebre ¿Cómo llegué aquí? Mi sangre helada no me da respuestas. Quiero despertar, pero mi respiración se vuelve tortuosa. El resquemor de la muerte suspirándome en la nuca. Unas suaves manos que me sujetan con fuerza al infinito abismo de la eternidad oscura a la que me siento condenado. Pero quiero caer, no me interesa este maldito espacio lleno de miedos. Por momentos me desprendo de mi pesado cuerpo, y levito hacia lo tenebroso, lleno de paz.
Golpes eléctricos en mi pecho, siento que algo me quema, como una corriente de fuego que me invade en cada rincón del organismo. ¿Y Dios?
Vuelvo a alejarme del abismo. Empiezo a elevarme. Retornan los dolores, pinchazos, y un ardor de estómago insoportable. Quiero escupir, pero el tubo del respirador me lo hace imposible. Me ahogo con mi propia saliva, y la sensación es espantosa. De pronto un terrible dolor en mi garganta. El aire que entra a bocanadas. Hasta hace un momento creía que la sensación de ahogo era imposible de ser superada en cuanto al dolor, pero era evidente que me había equivocado.
Salto, giro, lleno de temor, quiero escapar, busco otra vez el pasadizo oscuro, casi logro aferrarme a él. Pero otra vez los golpes de electricidad arrastrándome hacia el dolor. Me obstino, aferrándome como un pequeño al regazo de su madre. ¿Dios, Dios, dónde demonios estás?
Un sueño profundo me invade, es extraño, pero es la primera vez en mucho tiempo que mi cerebro parece querer descansar. Como que ha estado gastando hasta su última cuota de energía para torturarme. Pero ya se agotó, y está dispuesto a dejarme ganar. Creo que hay un poco más de electricidad allá afuera, pero no importa. Voy en caída libre hacia la paz. Me duermo. Caigo y me duermo.
Se siente realmente muy bien, ademas creo que acabo de ver a Dios detrás de una fuente brillante.


De La voz del Interior 22/2/2004.
"Muere en Hospital Cavalén el joven que había intentado suicidarse el pasado 31 de Enero".
"El joven Ricardo De La Fuente falleció ayer luego de haber permanecido en estado de coma por más de veinte días a causa de los daños que le produjo la bala de calibre 22 que el mismo se había disparado el pasado 31 de Enero. Las autoridades del Sanatorio declararon que...."

martes, 24 de febrero de 2009

Dolor

El mágico momento destruido,
Palabra que perfora los oídos,
Lo gris en lo verde,
El silencio, el temor.

En la sonrisa apagada,
En la esperanza mutilada,
Ahí surge el,
Colosal, inexpugnable.

Dolor,
Compañero indeseable en la ruta,
Socio del desasosiego,
Íntimo de la devastación,

La yaga en la piel,
La oscuridad en la mente,
Dolor,
Colosal e inexpugnable dolor.

Mañana (by milo)

Mañana. Día soleado. Caminó con las manos dentro de los bolsillos, la mochila al hombro y la mirada clavada en la vereda, expectante de la próxima baldosa. Un perro ladró muy cerca de ella. Levantó la vista. Enseguida la volvió a bajar. Esperó el semáforo. Cuando el mar de automóviles se abrió recuperó el paso. Su corazón se aceleró revolucionando la sangre y agitando la respiración. Necesitó alzar la vista. No quería detenerse. Se mareó al recibir la luminosidad del día de lleno en su rostro. Trató de resistir entrecerrando un ojo, el cielo estaba demasiado límpido y azulino. La calma retornó a su organismo. La vereda volvió a ser su objeto de enfoque. Sintió por un momento algo similar a la esperanza. Había leído que los griegos consideraban a la esperanza el peor de los males. Siguió caminando. El sol cansado de una larga y extenuante jornada de labor comenzaba su retirada. Se estremeció. Una corriente de electricidad le recorrió el cuello hasta la espalda. ‘Por favor, por favor’ susurró, con tanta vehemencia que ningún dios piadoso podría desoírla. Frente a ella a menos de setenta metros, su destino. Una puerta. Erosionada por el aire sucio de ciudad. Los años habían sido implacables con el trozo de madera, sin embargo, a ella se le figuraba hermosa, inmejorable, salvadora. Sonrió tímidamente como pidiéndose permiso. De repente, se detuvo completamente. Contuvo el aliento y reprimió el llanto. Con el tiempo había aprendido a llorar en silencio. Ningún dios la había escuchado. Un hombre fornido y con aspecto descuidado sonreía furiosamente mientras se interponía entre ella y la maltratada puerta. El hombre se aproximó a ella borrando, con cada paso que daba, la sonrisa que antes exhibía orgullosamente. No tenía fin echarse a correr. Lo sabía, por lo tanto, ni se movió. Una lágrima kamikaze escapando a la resistencia que ella ejercía, rodó por su mejilla hasta su boca ligeramente abierta. Él la tomó fuerte del brazo, haciendo presión sobre un viejo pero persistente hematoma. Ya emprendido el regreso, prefirió no mirar atrás. La puerta cada vez se divisaba más pequeña y oscura. Ni bien llegaron a la casa, las gotas de lluvia que habían comenzado a caer evolucionaron en una fuerte tormenta. La peor de este invierno comentarían las vecinas mientras baldeaban sus veredas a la mañana siguiente. Quizás y lamentablemente los griegos tenían razón.

Milo

jueves, 19 de febrero de 2009

Confidencial.

Confidencial Página 1 19/02/2009.

Acabo de despertar, como te dije ayer, he vuelto a soñar con ese pasadizo eterno, pero anoche pude divisar cosas que antes no, ¿recuerdas que te mencioné que sus paredes parecían transpirar?, bueno anoche logré tocarlas, ¡es realmente asqueroso lo que descubrí!, no son paredes ¡es piel!, es como si fuera la garganta de alguien, recubierta de una mucosidad roja, con manchas marrones (¿será la garganta de un fumador?).
Bueno, el hecho es que después de reponerme de la descompostura que me produjo tocar esa cosa me dirigí a esa luz de la que ya te he hablado, y al dar dos pasos topé con una escalinata (¿has caminado alguna vez sobre barro de arcilla?), el tema es que daba un paso y tenía que sostenerme de las paredes para no caer, creo que bajé cinco o seis escalones así, pero luego caí de cabeza, puedo asegurarte que fue la caída mas aterradora que he tenido en mi vida, parecía que nunca iba a terminar de dar vueltas, hasta que finalmente estuve de pies, ¿sabes?, a pesar de tantos tumbos, mi cuerpo estaba ileso, parado sobre un estero (¿puedes figurarte?, ¡un estero lleno de algas verdes en medio de un laberinto cerrado!).
Ya no estaba totalmente oscuro como antes, había un estilo de penumbra, que lastimaba a mis ojos, era una luz de tono violáceo, ¡pero el silencio!, ese silencio sordo, puedo asegurarte que cualquier suspiro hubiese provocado un derrumbe.
Entonces otra vez ese murmullo, pero más cerca que otras noches, esos niños sonriendo, tan lastimosamente como cachorros de hiena, mi temor creciente pudo más que mi curiosidad y me eché a correr hacia atrás nuevamente, subí casi de rodillas por las resbalosas escalinatas (¿puedes creerme si te digo que eran casi cincuenta malditos escalones por los que antes había caído?), cuando llegué a lugar donde había empezado el sueño, tuve escalofríos, una mujer desnuda me observaba y reía, no tenía rostro y de su vientre salía la cabeza de un niño con tres ojos totalmente ensangrentada, que chillaba de manera terrorífica.
La mujer me indicó con una de sus manos que me pusiera de rodillas, yo totalmente entregado al miedo lo hice, por el rabillo de mis ojos observé que levantaba una enorme espada y la descargaba con furia en mi cabeza, ¡te juro que en todo momento ese niño no paró de reír!.l
Justo cuando la espada tocaba mi nuca desperté dando un grito, estaba totalmente desnudo (ah, por si no te dije siempre duermo en piyamas), pero lo más extraño es que estaba cubierto de sangre y a mi lado había una mujer descuartizada.
¡Figúrate de mi asombro si tu te asombraste!, puedo jurarte por la memoria de todos mis parientes muertos que nunca había visto a esta mujer en mi vida, intenté recordar que había echo antes de dormir pero fue inútil, mi mente está en blanco, es más busqué por toda la casa indicios de alguna cena romántica o al menos de una cena para dos, pero nada; ahora bien:
¿Qué hacía esa mujer en mi cama?,
¿Porqué está muerta?,
¿Quién la mató y porqué lo hizo en mi cama y a mi lado?,
¿Porqué yo sigo vivo e ileso, porqué a mi no me hizo daño?.
Suponiendo que yo la maté:
¿Con qué la maté? No hay siquiera un cuchillo, una sierra, o un tenedor, en algún rincón de la casa que me incrimine.
¿Por qué habría de matarla, si ni siquiera la conozco?.
Amigo déjame decirte que eso poco le interesaría a la policía, por eso luego de meditar, decidí deshacerme del cuerpo y limpiar mi casa que era un verdadero reguero de sangre.
Me duché, (¡qué difícil es despegar la sangre seca del cuerpo!) y salí en busca de lo necesario para deshacerme de semejante embrollo; para eso compré limpiadores potentes para borrar todo rastro de sangre de la casa, y un paquete de bolsas de consorcio donde pondría los pedazos de esta misteriosa mujer (ah, me olvidaba decirte que no hallé siquiera un mísero bolso, o billetera o algo que me permita saber quién era ella).
La calle estaba pegajosa, es pleno Enero y aquí el calor se hace sentir de maravillas, más si tienes en cuenta que el río más cercano está a cuatrocientos kilómetros, y nadie de por aquí conoce el significado de la palabra mar.
En la ferretería de Don Julián encontré todo lo que necesitaba, y me duele decirlo pero ese viejo hijo de puta se quedó con la mitad de mi sueldo, (de algún sitio tiene que venir el dinero con el que se hizo semejante mansión en la avenida principal).
En realidad nada de esto importa, la cuestión es que después de comprar todo lo que necesitaba volví lo más rápidamente posible a casa.
¡Ay querido amigo, no sabes mi tremendo terror al encontrar un patrullero en la puerta de mi edificio!, !y cuánto mayor fue éste cuando se me acercó uno de los agentes!.
El tipo se me acercó y me preguntó si no había visto a la mujer que tenía en la fotografía (¡acertaste era la que tenía por pedazos en mi cama!), obviamente le dije que no, aunque mis nervios lo hicieron sospechar, el tipo se despidió y me dijo que si llegaba a verla me comunique con la central.
Luego de despedirme de él, con el pleno convencimiento de que volvería a verlo antes de que finalice el día, subí con tanta prisa por las escaleras que perdí una de las botellas de desinfectante, que se me cayó y se hizo trizas contra el suelo, no había tiempo de ir por otra, con una tendría que alcanzarme.
Amigo, eran tales mis nervios, que apenas pude abrir la puerta de mi departamento; y no podrás imaginarte mi sorpresa al encontrarlo más limpio que nunca.
¡No había siquiera una gota de sangre, no había cuerpo, mi cama estaba tendida, el baño totalmente seco, como si nadie se hubiese duchado en días, y un aroma tan extraño a rosas que produjo en mi estómago un pequeño movimiento de repulsión!.
Me senté en la cama e intenté comprender, ¿Dónde demonios estaba el cadáver?, ¿Quién se lo había llevado y limpiado el cuarto en tan poco tiempo?, ¿Porqué el baño estaba tan seco y limpio?.
Por eso te escribo, estoy seguro de mi cordura, aunque mi seguridad empieza a fisurarse, estoy confundido, la mujer realmente existe y también se ha extraviado, sino el policía en la puerta del edificio no tiene ningún sentido.
Ahora estoy empacando, me voy no sé a donde ni por cuánto tiempo, pero en cuanto tenga la oportunidad te escribiré para contarte más.

Afectuosamente, Mariano Regueira.















Confidencial Página 2 19/02/2009.

Querido amigo: ya ves; no ha pasado siquiera un día y vuelvo a escribirte, estoy en la central, antes de abordar un micro que me llevaría lejos de aquí, dos agentes me detuvieron y sin darme explicaciones me trajeron a este lugar.
Acabo de terminar un interrogatorio de tres horas, ¿recuerdas que te dije que ese agente allá en mi edificio había sospechado de mis nervios y que volvería antes de terminar el día?.
Pues volvió, y mucho antes de lo que yo esperaba, no acababa yo de tomar un taxi a la terminal cuando volvió acompañado por tres patrulleros y una orden judicial para allanar mi departamento. Como yo ya no estaba entraron.
¿Cómo explicarte esto?, ¡encontraron mi cuarto lleno de sangre, los pedazos de la mujer en mi cama, y presta atención a esto: dos enormes cuchillas de carnicero en una de las mesa de luz, que obviamente tenían mis huellas!.
No tengo para ti como no la tuve para ellos respuesta alguna; lo de mi sueño, surtió poco efecto, es más solo provocó que me golpearan más fuerte.
Pero hay cosas que sigo sin entender; ¿Cómo no vi las dos cuchillas al despertar, si revisé minuciosamente cada rincón de la casa? O ¿Porqué estaba limpio el cuarto cuando volví de la ferretería, y el cuerpo había desaparecido?.
Estoy desesperado, uno de los agentes me dijo que el mínimo castigo para lo que he hecho (vuelvo a repetirte que no recuerdo haber hecho nada), es la inyección letal, y (se ve que es un ferviente católico) el infierno eterno.
Me han dejado escribir esta carta porque me he rehusado a contratar un abogado, he decidido aceptar los cargos en mi contra, a sabiendas que es imposible esgrimir defensa alguna a mi favor, pues lo único que lograría es una estadía hasta el fin de mis días en un manicomio y prefiero la muerte a eso.
Amigo hay una última cosa que quiero decirte; en realidad es acerca del hecho que más sorpresa me ha causado; cuando pedí que me dijeran quién era la mujer que supuestamente había asesinado, se sonrieron y me dijeron que la conocía muy bien, entonces al ver que mis súplicas no daban resultado, imploré a uno de los guardias (el que me pareció más humano) que escribiera su nombre en el papel que me dieron para que te escriba, demás esta decirte la sorpresa que causó en mi leer en el, Leonor Diaz.
Una última pregunta antes de terminar con esta carta;
¡¿Cómo no pude reconocer en el cadáver o en la foto que tenía el agente a tu esposa?!.

Afectuosamente, Mariano Regueira.

Todas las noches canto para ella.

Todas las noches canto para ella, en silencio, susurrando mi profundo amor, juego con su pelo, acaricio el aire frente a su rostro, ensayo poesías que luego leo, con voz suave, para que el silencio nunca nos abandone.
Suelo contarle como fue mi día, mientras la luna nos acaricia, o la lluvia me palmea con ternura la espalda.
Practico para formar corazones con el humo que sale de mi metabolismo a causa del frío, estoy a un paso de conseguirlo, puedo jurarlo.
Con asiduidad le he mostrado fotos, donde nos abrazábamos sonriendo, mientras nos embriagábamos de paisajes bellísimos.
Después fumo aunque le moleste, y planifico la vida más allá…
Todas las noches canto para ella, canciones de amor, de esperanza, historias melódicas de finales felices, embriagado por el aroma profundo a jazmín.
Y ahora sus padres van a llevarla, derrotaran nuestro mágico momento con su poder egoísta, y nos harán borrar con dolor, los renglones de felicidad que hemos escrito.
Todas las noches canto para ella, y ahora ya no podré entonar mi amor, se han llevado su cuerpo a un crematorio y me encuentro rendido frente a este sucio panteón.

miércoles, 18 de febrero de 2009

PERÚ 131.(14/11/2004). (A mi gran amigo Dudi)

La luna se viste de gris, y las primeras gotas quieren escapar de una vez.
- ¡Tenés que escribir algo sobre esto!
El aroma a Caribe invade la plaza, solo unos pocos focos hacen mella en mis lagrimosos ojos, sigo preguntándome dónde se metió el placero.
- ¡Tenés que escribir algo sobre esto!
Mi mirada no puede enfocarse sobre un punto fijo, ahora caminamos, el pequeño sendero de piedras se abre justo frente a la imagen de una virgen;
- ¿A que no le hacés fuckyou?
Le hago me siento señalado por mis antepasados católicos, pero río, creo que no le puedo atinar a otra cosa que no sea la risa.
Ahora otra vez en medio de la oscura calle, parece que vuelo, no siento a mis pies y mi cabeza levita hacia un lugar más tranquilo.
- ¡Tenés que escribir algo sobre esto! Se tiene que llamar el término de la juventud en la calle Perú. ¡Gracias, sos groso!
Me miró, y vuelvo a reír. No puedo responder, divago en palabras, no pudiendo conectar al menos una mísera frase.
Quiero tomar algo que apague el fuego de mi garganta, invito con una gaseosa, pero es en vano, pareciese que habláramos idiomas distintos, o tal vez nuestros diálogos estén cruzados.
Frente a la estación de servicio caemos en la cuenta de que no podemos entrar a un lugar en ese estado, volvemos y nos acomodamos en el cordón de la vereda.
- ¡Le hiciste fuckyou a la virgen man!
Creo que no podré parar de reír nunca más. De pronto decaigo, es probable que sea la última noche, uno nunca puede saber cuando se acabará la magia, y lo gris de la vida aprovechará para dar su zarpazo final y arrinconarnos para siempre en su mediocridad.
Sigo hablando, quiero expresar mi alegría, pero solo me despacho con frases incoherentes:
- ¡El que era groso, groso en serio, era Mandela!
- ¡Te fuiste al carajo, sos un racista!
- ¡¿Qué?!
- ¡Que te fuiste al carajo!, (risas), haceme la cara, ¿Te acordás?
Mi mueca dista mucho de aquella otra, pero no importa, creo que enfrentado a un espejo me daría hasta temor.
- ¡Otra vez, dale!
La lluvia empieza a caer con fuerza.
- ¡Nos estamos mojando!
Una vez dentro de la casa creo vaciar dos jarras de agua, y sereno lo miro:
- ¿Sabés que es lo más mágico de esto?, no hay con quién compartirlo, solo vos y yo lo vamos a recordar.
El asiente, y se produce ese momento de maravilloso bienestar, ambos sabemos muy bien que es lo que piensa el otro.
El ruido del remis esperando fuera nos despeja, lo saludo;
- ¡Gracias, vos sos el groso!
Lo último que oigo antes de subir al auto es:
_ ¡Tenés que escribir algo sobre esto!

martes, 17 de febrero de 2009

N

En una sonrisa comprometida de media tarde,
Navegando en labios ajenos, en piel impropia,
Se escurrió el calor, en gotas de sudor frío,
Mientras las preguntas se acodaban en tu pelo.

En una caricia regalada con desgano,
Vacía de amor, fingido cariño, vespertina agonía,
En un recurrente desespero, aboliendo las leyes de la soledad,
Se enclavó la vista en un techo pánfilo, cuadro de opípara tristeza.

En una historia ajena, observando como se desmoronan ilusiones,
Como nacen nuevos anhelos, como mueren viejos sueños,
Las manos nerviosas, el tacto agitado, la piel erizada,
¡¡Y este maldito e infame corazón!!

En una sonrisa comprometida de media tarde,
Vislumbrando lágrimas impropias, lejanas, inútiles,
Ahogando en silencio al ruido racional,
Entregado al instinto, al placer vacío, lánguido.

En una palabra sorda, navegando entre mundos paralelos,
Aferrado a imágenes del pasado, que anclan en puertos desolados,
Oxigeno que quema, hundiendo azufre en la herida,
¡¡Y este maldito e infame corazón!!

¿Quién soy?

Me duele la cara y tengo frío, ha pasado mucho tiempo desde que me arrojaron aquí, vague un tanto hasta que mi engañado olfato me devolvió a la playa.
El lugar no me es incómodo, pero el dolor que tengo es insoportable, y el miedo a ser golpeado me acosa, me encierra en un mundo frígido, demasiado gris.
Hoy he deambulado todo el día, aun puedo sentir el aliento de ese terrible dogo en mi cuello, sus dientes, su ansia asesina.
Estoy muy débil, trato de ocultarme por los rincones, no podría hacer frente a nada en este estado.
Mis patas a penas se mueven, desde mi vista nublada busco un recodo a tanto martirio, (¿por qué estoy acá?, ¿de donde vengo?, ¿cuál es el sentido de vivir?)
Soy un mundo dentro de otro mundo, aislado, no me puedo comunicar con mis pares, salvajes ellos, y los otros, solo se limitan a subyacerme a patadas.
Veo un par de ellos sentados, sus miradas se apiadan de mi calamitoso estado, alargan sus brazos, con desconfianza tomo un trozo de comida que me acercan, mis dientes, la aprisionan con temor, sabe muy bien.
Se que detienen su atención en mi, por un momento soy objeto de sus diálogos, mi infausto presente los conmueve hasta molestarlos.
Vuelven a darme un trozo de comida, mi estomago agradece, es poco pero mitiga.
Cuando noto que ya no habrá más brazos extendidos, clavo mi mirada en uno de ellos, siento un molesto sentimiento de empatía de él hacia mi.
Despaciosamente, me alejo del lugar, mi olfato confundido, mi carne magullada, mi tristeza, (a veces quisiera morir en una caricia).
Me echo en la orilla del río, gimo, ahogado en una profunda pena, creo que quiero morir, (¿Por qué pienso?, ¡maldita razón!).
El atardecer esta cayendo, veo al sol ahogarse en el horizonte, y entonces otra vez esa pregunta que azota mi mente, (¿Quién soy?, ¿Qué soy?).

Metáfora

El viejo profeta sintió a su alma escapar como en un vómito de alivio. Su predicción a lo largo de los años no era más que una tibia sonrisa a la nada.
El había anunciado que la respuesta estaba en la sencillez, pues hasta el acto o enigma más intrincado tenía su pronta solución a la vista de todos y ese rasgo de su naturaleza era lo que hacía infranqueable su descubrimiento.
Bajo un arco de milenarias montañas, se echó a descansar, reflexionó sobre su verdadera insignificancia en la rueda de la vida, y estalló en silenciosas protestas contra todo, todos y contra si mismo.
"Finalmente he encontrado la respuesta, es inevitable hallar tortuoso el encontrar soluciones para ti mismo cuando te has pasado la vida entera atinándoselas a los demás".
La luz seca del sol proyectaba formas extrañas ante sus ojos, cansados de observar sin ver, de describir sin tocar, de hablar por si mismos.
Contraponíase a él un muro de silencio, cobras desnudas de mandíbulas semipegadas por el fuerte veneno, el insoportable gusto a arenillas corroyéndole la garganta.
Casi junto a la puerta del propio infierno, entre la osamenta desmenuzada de vaya a saber que ser, con esos olores que se hacen familiares con el paso inexorable del tiempo.
El profeta estalló en un llanto apagado, su mirada se clavo casi eternamente al piso, mientras sus dedos dibujaban círculos sin ton ni son, entrecruzados como las cobras en apareamiento.
¡Es tan fácil encontrar el camino de vuelta cuando el que se ha movido no es uno!, ¡es tan sencillo destapar oídos ajenos mientras los propios siguen cegados a la luz de la propia verdad!.
La noche fue ganando espacio, y el viejo visionario de los desiertos fue encogiéndose como oruga a la sal, invadido por un temor profundo y amargo.
La sencillez puede ser complicada, y la luz puede ser oscuridad, tan solo pasado un segundo; ¿qué es amar?, solía preguntarse, ¿es cerrar esa herida repleta del salitre llamado soledad?, ¿es encontrar en otros labios esa sonrisa que refleje tu propia alegría?, dos simples preguntas que él el que había resuelto tantos enigmas no sabía develar.
La luna gris, envuelta en blanca espuma, enredó el filamento en una mágica madeja, y azotó los sueños contra el furioso mar no tan lejos de allí.
¿Qué es morir?, es apagar la luz y dormir un sueño placentero, soñar que cada sueño ya no lo es, acariciar esa piel que nos fue esquiva, conocer a ese ser tan misterioso, que con su intangible poder nos fue empujando a elaborar un camino a su semejanza.
El profeta, que ya no era tal, sintió su piel ardiente, y a su razón, atiborrada de dudas, atrapada en una jaula que hasta hacía poco había tenido sus puertas entornadas de par en par, y no abiertas como había creído.
Sus pies desnudos de sandalias, se enterraron con tirria en la fina arena, sus muslos sosegados por el calor luchaban por detenerse, no avanzar, enclavarse para siempre en ese lugar tan lleno de nada.
Ensimismado, cubierto de hastío, ahogado en saladas lágrimas, con su vieja túnica arremolinándose por el viento, cae, implora, gime, llora, se adormece e hincando los dientes en su propio corazón, grita mudo, golpeando enfurecido al aire, solo a un paso de caer extenuado.

Al Alba

Me despierto, otra vez esa sensación, (“¿por qué un día más?”), mi boca sabe a ruinas del alma, daría lo mismo permanecer tirado todo el santo día ahí, observando, imaginando formas, con las manchas de humedad del pálido techo.
La luz se escabulle a penas por las hendijas de la sucia ventana, dibujando grafías de tonalidades naranja en el placard.
Mis huesos crujen, la humedad me ataca, se ha convertido en una enemiga que se potencia año a año.
Cierro mis ojos y los abro al instante, como en un ejercicio de retratar mi alrededor, tal vez en la consecución del anhelo, de que, en un parpadear, todo sea distinto.
El rosal del patio, desprende una rama que rasguña las persianas, produciendo un chirrido que me irrita, (“tendré que levantarme”).
La pieza es un pequeño gran caos, pateo ropa y calzado desde la cama hasta la puerta.
El pasillo que une mi habitación con el baño, aun esta en penumbras, el estomago se me revuelve (“tal vez deba dejar de fumar”), en el baño la luz que deja entrar el enorme ventiluz, me enceguece.
El espejo me devuelve una imagen gris, una mirada perdida, que me hace temer de mi mismo.
El agua fría quema mi cara, me adormece la boca al cepillar mis dientes, y en su contacto con mi pelo, eriza todo mi cuerpo.
Con desgano miro la hora, voy a llegar tarde otra vez, como siempre, me detengo un instante, como intentando que la ropa invada mi cuerpo, siento el exquisito bienestar que produce la quietud cuando el mundo empuja al movimiento, pero es efímero, los músculos se me contraen y me empujan a vestirme.
El desayuno es un verdadero asco, café tibio, pan rancio, y mal humor, el día acaba de comenzar y ya deseo que acabe.
El celular me recuerda que tengo dentista a las once, mi odio hacia la jornada termina de acrecentarse, (“maldito plan dental”).
El silencio invade mi cerebro, me calma, no quiero oírme, necesito hundirme hasta el fondo y arrancar este tedio que se me ha enraizado, pero la vida son palabras, y las palabras son sonidos, que muchas veces aturden y confunden.
Afuera hace frío, el sol esta demasiado altivo para escaparle, la marcha comienza, al dar vuelta la cabeza antes de entrar al sonido, veo agonizar a las últimas gotas de rocío.