martes, 17 de febrero de 2009

Metáfora

El viejo profeta sintió a su alma escapar como en un vómito de alivio. Su predicción a lo largo de los años no era más que una tibia sonrisa a la nada.
El había anunciado que la respuesta estaba en la sencillez, pues hasta el acto o enigma más intrincado tenía su pronta solución a la vista de todos y ese rasgo de su naturaleza era lo que hacía infranqueable su descubrimiento.
Bajo un arco de milenarias montañas, se echó a descansar, reflexionó sobre su verdadera insignificancia en la rueda de la vida, y estalló en silenciosas protestas contra todo, todos y contra si mismo.
"Finalmente he encontrado la respuesta, es inevitable hallar tortuoso el encontrar soluciones para ti mismo cuando te has pasado la vida entera atinándoselas a los demás".
La luz seca del sol proyectaba formas extrañas ante sus ojos, cansados de observar sin ver, de describir sin tocar, de hablar por si mismos.
Contraponíase a él un muro de silencio, cobras desnudas de mandíbulas semipegadas por el fuerte veneno, el insoportable gusto a arenillas corroyéndole la garganta.
Casi junto a la puerta del propio infierno, entre la osamenta desmenuzada de vaya a saber que ser, con esos olores que se hacen familiares con el paso inexorable del tiempo.
El profeta estalló en un llanto apagado, su mirada se clavo casi eternamente al piso, mientras sus dedos dibujaban círculos sin ton ni son, entrecruzados como las cobras en apareamiento.
¡Es tan fácil encontrar el camino de vuelta cuando el que se ha movido no es uno!, ¡es tan sencillo destapar oídos ajenos mientras los propios siguen cegados a la luz de la propia verdad!.
La noche fue ganando espacio, y el viejo visionario de los desiertos fue encogiéndose como oruga a la sal, invadido por un temor profundo y amargo.
La sencillez puede ser complicada, y la luz puede ser oscuridad, tan solo pasado un segundo; ¿qué es amar?, solía preguntarse, ¿es cerrar esa herida repleta del salitre llamado soledad?, ¿es encontrar en otros labios esa sonrisa que refleje tu propia alegría?, dos simples preguntas que él el que había resuelto tantos enigmas no sabía develar.
La luna gris, envuelta en blanca espuma, enredó el filamento en una mágica madeja, y azotó los sueños contra el furioso mar no tan lejos de allí.
¿Qué es morir?, es apagar la luz y dormir un sueño placentero, soñar que cada sueño ya no lo es, acariciar esa piel que nos fue esquiva, conocer a ese ser tan misterioso, que con su intangible poder nos fue empujando a elaborar un camino a su semejanza.
El profeta, que ya no era tal, sintió su piel ardiente, y a su razón, atiborrada de dudas, atrapada en una jaula que hasta hacía poco había tenido sus puertas entornadas de par en par, y no abiertas como había creído.
Sus pies desnudos de sandalias, se enterraron con tirria en la fina arena, sus muslos sosegados por el calor luchaban por detenerse, no avanzar, enclavarse para siempre en ese lugar tan lleno de nada.
Ensimismado, cubierto de hastío, ahogado en saladas lágrimas, con su vieja túnica arremolinándose por el viento, cae, implora, gime, llora, se adormece e hincando los dientes en su propio corazón, grita mudo, golpeando enfurecido al aire, solo a un paso de caer extenuado.

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