Hay ciertas mañanas en las que es mejor no mirar por la ventana, Juan lo sabía, por eso usaba gruesas cortinas, tal vez en un intento desesperado para que no se amalgamen
su gris interno con el plomizo exterior.
Hay ciertas mañanas, en que es mejor, no levantar demasiado la vista, sino clavarla al piso, y mantener el silencio, son esos momentos donde la quietud acalla la voz que
clama dentro, la inhibe, no la deja escapar, Juan también sabia eso, por lo cual no emitía palabra alguna, solo se limitaba a escribir, con los ojos fijos en algún blanco papel, con los dedos entumecidos y cansados por el movimientos, salpicados de lagrimas de tinta.
Juan no era muy alegre en sus adentros, era muy sombrío, un duque en pesimismo, el emperador de la noche.
Juan era un comediante en el exterior, regaba su paso con sonrisas y humor, "sos capaz de hacer sonreír a un muerto" solían decirle, el solo asentía con la cabeza, mientras por dentro todo era silencio, tristeza.
Hay ciertas mañanas en que es mejor no abrir los ojos, por que afuera todo luce tan nefasto como adentro, y duplica el agobio, Juan lo sabía, por eso permanecía con la cabeza bajo la almohada, repitiendo en escenas mentales algún ardid para poder escapar de ese día.
Esa mañana esperaba agazapado bajo las frazadas, algo que le permitiera escapar, con los dedos de sus pies entrecruzados nerviosamente, escuchando hasta el hastío un goteo incesante de una canilla en el baño, él sabia que no debía levantarse, mirar por la ventana, ni hablar con nadie, que tenia que tener sus ojos cerrados, para que nada interrumpiese su penumbra.
Pero la inercia lo empujaba, era el cuarto día que lo encontraba así, sin moverse, tenía que levantarse, hoy no lo salvaría ninguna estrategia evasiva, alguien podría preguntar por él y eso lo obligaría a una vuelta a la luz demasiado intempestiva y abrupta.
Juan sabía esto, y no quería resignarse al dolor de enfrentar una eterna derrota, no tenía fuerzas, no tenia motivos...
Hay ciertas mañanas en las que un buen viaje parece el golpe final a un intrincado karma del alma, Juan sin saberlo, caminó lento sin abrir sus ojos, tropezando con la osamenta de su ropa, tanteo el cajón de la vieja cómoda, sintió el metal frío en sus manos, lo acerco a su boca....
Juan nunca supo que un buen viaje parece el golpe final a un intrincado karma del alma, aunque lo había logrado...